martes, 3 de julio de 2007

Una Jodida Carta. 888pablo888

Estaba sólo cuando terminé de envolver el último regalo. Desconecté las luces del portal de Belén. Ya me iba a la cama cuando me fijé en una hoja que asomaba bajo el sofá. Era la propaganda de un centro comercial.

Al dorso venía preparada una de esas cartas dirigida a los tres famosos jinetes de a caballo ó a camello, para que los chiquillos pudieran saturarla de ilusiones, sueños, y deseos. Busqué un lápiz, me acomodé en el sofá, alcé la mirada durante un momento, y me puse a escribir.

No sabía como comenzar y las primeras líneas las utilicé para hacer una tonta recomendación a sus soberanas majestades. A mi entender el medio de transporte utilizado para sus desplazamientos no era el más idóneo y esos pobres animales acabarían todos los años reventados. Luego, después de pensarlo un momento, me dije: ¡que leche! son magos, lo pueden todo, así que continué con el problema de las ballenas, los toros, las cabras, luego puse un etc...hay tantos bichos.

Proseguí con lo típico en este tipo de cartas, que cada vez se iba pareciento más a un llamamiento internacional, con sus guerras, su hambre, sus injusticias y demás porquerías, pero de una manera algo diferente.

No les pedí que la gente dispusiera siempre de alimentos, no, no, sino que desapareciera de una puñetera vez la necesidad de comer. Les pedí que no tuviéramos que ganarnos nuestra existencia a base de sudor, sino de risas y que estuviéramos tan sanos como las peras y tomates de antes.

Que no se tiraran tiros ni bombas, sino pedos enormes contra las guerras. Que los ríos y el mar recobraran su pureza perdida. Que todos fuéramos hermosos, sabios, buenos, inteligentes, y se nos tratara por igual.

No les pedí que todos dispusiéramos de una vivienda digna y con ella el recibo de la contribución… que va, que va, de eso nada, sino que pudiéramos dormir desnudos sobre la hierba, como niños, sin miedo a la noche, cobijados entre cálidas brisas y velados por una limpia y hermosa cúpula estrellada.

Miré el reloj. Observé como la manecilla devoraba los últimos segundos de este cinco de enero. Tenía que terminar antes de las doce y estaba seguro, aunque utilizara un lápiz, que algo se quedaba en el tintero. Tendría que haber un modo de resumir mis deseos en uno sólo. Como un tonto me puse más nervioso que un yo que sé, y justo tres segundos antes de que se instalara el nuevo día, taché todo lo escrito y puse en letras enormes esto:

¡Quiero un mundo feliz!.

Terminé con un punto que traspasó el papel.

Lo que ocurrió a continuación, si tiene nombre, está en los libros esos de fenómenos extraños y casas embrujadas. Las luces del salón comenzaron a parpadear. Se volvió loco el teléfono, el telefonillo, el televisor, el teletexto, y casi me da un telele cuando se abrió bruscamente la ventana del salón.

Una fuerte corriente de aire helado me arrancó la carta de mis manos haciéndola caer al suelo, bajo el sofá, exactamente en la misma posición y sitio que al principio. Tras esto, todo volvió a la calma. Cerré la ventana. Observé la dichosa carta. La recogí con cuidado, con miedo. Quedé pasmado. Sorprendentemente se había borrado todo lo escrito. En su lugar y emitiendo un destello especial, se leía en letras hermosamente adornadas:

¿Tas tonto o qué?

Creo que las personas tenemos algo muy especial en nuestro interior que está apagado, borrado como mi carta por fuerzas ó seres extraños. Se que tenemos la capacidad de llevar a cabo nuestros sueños, de realizar auténticos milagros. Cuando todos recuperemos verdaderamente la facultad de hacer magia, será cuando vengan esos auténticos, reales y buenos reyes, y vendran por oriente y por occidente. Todo regalo se abrirá. Todo buen deseo se cumplirá.

Llegará un día en el que no necesitemos plasmar nuestros deseos en trozos frágiles de papel a merced del viento. Ese día, la felicidad vendrá por sí sola, sin pedirla, en una noche tan hermosa como la de reyes, y entrará por la chimenea, tanto para el que tenga como para el que no.

Primera tarea para convertirnos en extraordinarios magos: escuchar nuestro corazón.